[CUENTO] Brujería: El poder que te da el dinero para intentar manipular a otros y truncar sus caminos.

Cuento: Brujería

A su madre le encantaba llamarme bruja. Constantemente le decía a él que no estuviera conmigo, que yo le hacía brujería con la comida que le preparaba, le metía ideas en la cabeza como que yo quería amarrarlo para obligarlo a casarse conmigo y que me diera hijos.

Si él hubiera sabido…

Por un corto tiempo salí con un muchacho que venía de una familia de mucho dinero, mi origen humilde le molestaba a muchos cuando nos veían juntos, como si yo fuera una plebeya y él, un príncipe. Muchas personas le decían mentiras sobre mí, que tenían visiones y sueños, que tuviera cuidado con mis palabras y los regalos que le hacía porque todo venía con una agenda oculta, cargada de brujería.

Sin embargo, nada se comparaba al poder que tenía su madre sobre él y ese poder venía de la misma brujería por la que ella buscaba responsabilizarme.

Me quedé en casa de este chico por unas semanas mientras hacían algunos trabajos en mi apartamento y llegué a convivir con su madre diariamente. Ella siempre era muy amable conmigo, se tomaba el tiempo de contarme historias sobre él y su familia, algunas muy bellas, otras no tanto.

Su nombre era Emperatriz y ese era el arquetipo que la regía, sin embargo, su imperio estaba fundado en la oscuridad plena de la santería. Ella citaba hermosamente de vez en cuando frases de la biblia y me contaba en espacios íntimos cuando estábamos solas, cómo visualizaba a su hijo siguiendo sus enseñanzas, que, según ella, eran las indicadas.

No la critico, después de todo, ella era su madre y tenía un gran valor en la vida de él. Sólo por ese hecho, ya tenía mi completo respeto.

Un día, conversando con ella en su habitación, me habló de la enfermedad que padecía que le hinchaba las piernas y le provocaba dolor. Me ofrecí a lavarle los pies con agua tibia y sales y a hacerle algunos masajes que conocía. Ella aceptó.

Mi novio en ese entonces no estaba en casa, así que teníamos el espaciotiempo para nosotras dos. Con mucho amor, le acomodé un tazón con agua tibia, pétalos de flores, sales de lavanda y aceites esenciales con lo que empecé a limpiarla.

Ella estaba completamente relajada sentada en una silla y yo, me coloqué en posición de loto en el piso para realizar la tarea. Se relajó y comenzó a abrirse conmigo.

─ Mi hijo está destinado a grandes cosas ─ dijo de repente.

─ Lo sé ─ respondí mirándola directamente a los ojos mientras pasaba la espuma de un jabón perfumado entre sus dedos.

─ Cuando estaba embaraza de él, consulté con mi bruja.

Mi respiración se detuvo por un momento. ¿De qué estaba hablando y cómo habíamos llegado a ese tipo de conversación?

─ Ok ─ no dije nada más. En verdad no quería escuchar más del tema, sin embargo, ella prosiguió sin que yo se lo pidiera.

─ Sí, fui donde una de mis brujas para que le hiciera una protección.

─ ¿Qué tipo de protección? ─ Pregunté ahora sí más interesada en el tema.

─ Una protección para que siempre tenga dinero en su vida, que sea como el Rey Midas y todo lo que toque se convierta en oro.

Quedé fría con esa última frase. En resumen, la historia del Rey Midas es el cuento de un rey griego que logró capturar a Silenio, un demonio que, después de emborracharlo lo entregó a Dionisio, el dios del vino y quien le concedió a Midas el deseo de que todo lo que su cuerpo tocara se convierta en oro.

La historia de Midas terminó muy mal, porque hasta el agua para beber se convertía en oro, sus hijos, todo aquello que tocaba se convertía en el preciado metal.

─ Y, ¿por qué no pedir amor para tu hijo, en lugar de dinero?

Ella me miró como si no entendiera de lo que yo estaba hablando.

─ Porque con dinero se puede comprar el amor ─ respondió.

Giré la cabeza veinticinco grados a la izquierda, sentía la necesidad que mis neuronas se tocaran más de cerca para entender aquella frase que acaba de escuchar. Levanté el ceño sin entender nada.

─ Mi hijo puede tener cualquier mujer que quiera y con dinero, podrá comprar su amor. Por eso, el dinero es lo más importante para él.

Yo sentía cómo me iba quedando fría con semejante frase.

─ Pero el dinero no puede comprar a las personas ─ dije.

─ Pero compra viajes, joyas, carros de lujo, las mejores escuelas para los niños… Si mi hijo tiene dinero, puede enamorar a la mujer que quiera comprándole todo lo que ella quiera.

─ Pero, ¿eso no le traería una mujer interesada en su dinero?

Se acaban de invertir los escenarios; ahora era ella quien parecía no entender lo que yo decía.

─ Le va a traer una mujer hermosa que podrá lucir en la sociedad, con ella tendrá la familia perfecta. Hijos bien parecidos y el respeto de todos los hombres de la sociedad, quienes desearán a la mujer de mi hijo por su belleza.

─ Guao ─ fue lo único que pude replicar.

Aquello no sólo era una demostración de cómo ella pensaba, sino una potencial cizaña hacia mi relación su hijo. Me considero una mujer atractiva, pero que yo sepa, no tenía una fila de hombres interesados en mi por mi belleza física, y tampoco es que me interesaba tenerla. Personalmente, prefiero hablar con un único hombre al día que malgastar mi atención entreteniendo a decenas por mi belleza física.

─ Mira esto ─ continúo.

Estiró el brazo a la cama para alcanzar su teléfono, lo desbloqueó y comenzó a mostrarme algunos chats.

─ Este es uno de mis chats con uno de mis brujos… Tengo varios, cada uno tiene una función. Este es el chat con Samuel… Aquí le pedí que me hiciera un trabajo de limpieza para mi hijo ─ bajaba los chats que tenía con él mostrándome sus peticiones y las recomendaciones que él le hacía ─. Aquí le pagué seiscientos dólares… Mira este otro trabajo, me costó mil quinientos porque la hermana de su padre le estaba tirando brujería.

Aquel chat tenía decenas de confirmaciones de trabajos hechos, Samuel no le daba detalles de qué hacía o cómo, simplemente le respondía uno o dos días después de las peticiones de Emperatriz, con simples palabras, como hecho está.

Ella me mostró una gran cantidad de cheques que enviaba a depositar a nombre de Samuel con el chófer de su casa, quien no tenía idea del tipo de diligencia que estaba haciendo.

─ Pero no entiendo, ¿le estás haciendo brujería a tu propio hijo? ─ Pregunté impactada.

─ No ─ replicó casi regañándome ─; son protecciones.

Abrí los ojos de par en par, simplemente no podía comprender la diferencia entre esas protecciones y la brujería.

─ Samuel me hace las protecciones y para las limpiezas tengo a Noelia ─ explicó abriendo otra ventana de chat con su bruja, según ella, más poderosa.

─ ¿Por qué necesitas limpiarlo? ─ Pregunté.

─ Porque mucha gente quiere hacerle daño a mi hijo, así que debo estarlo limpiando constantemente de las brujerías que otras personas le tiran encima.

Podría jurar que ese comentario iba dirigido hacia mí. Jamás en vida yo había hecho brujería, ni me interesaba practicarla. Yo había visto de primera mano lo que la santería le hacía a mi antigua amiga Tati y a toda su familia; los llenó de enfermedades, pobreza, todo lo que tocaban se dañaba de una u otra forma.

La familia de Tati vivía en una batalla eterna, su madre llevaba una vida peleando con su padre temas de pensión alimenticia para sus hijas que ya eran adultas y manutención para ella, gastando más de lo que se suponía debía cobrar.

Yo había visto la santería de frente, había sido testigo de algunos rituales ligeros a los que me invitaban de vez en cuando a presenciar, y aunque puedo reconocer que me daba curiosidad entender todo aquello que hacían, jamás me sentí suficientemente atraída para practicar algo.

Si yo quisiera ser bruja, podría serlo, sin embargo, la bujería no resuena conmigo. Son energías muy densas que buscan controlar al otro y hacer daño, creando una rueda de caos para quien la absorbe, para quien la pide y, sobre todo, para los que la ejecutan.

─ Allí está mi santo ─ dijo señalando hacia una esquina de su cuarto.

Volteé a ver un pequeño altar que tenía diagonal a su cama, forrado de tela roja y dorada, muy similar a una que tenía Tati en su casa. Había una olla negra llena de caramelos y carritos de juguete a su alrededor.

─ Eleguá ─ dijo.

─ ¿Qué?

─ Ese es el nombre de mi santo.

─ Oh ─ me limité a decir. En verdad no sabía qué responder.

─ Yo pensé que seguías las enseñanzas de Dios.

Con ese último comentario desperté cierto enojo en ella, sin querer había metido el dedo en una herida. Ella era una mujer altamente respetada en la sociedad y guardaba una postura religiosa y conservadora ante todos los que la conocían.

─ ¿Te puedo hacer una pregunta? ─ Inquirí cuidando mi tono de voz.

─ Sí ─ respondió intrigada.

─ Si estás haciendo brujería, ¿eso no te convierte una bruja?

Soltó una carcajada. Al menos mi ignorancia le provocó gracia y no enojo.

─ Por eso es que es tan importante el dinero, porque puedo comprar todo con él. Yo no soy bruja, yo no hago brujería, pago a otros para que la hagan por mí… Mira.

Me mostró todavía más chats con su bruja más poderosa con todos los trabajos que le iba solicitando, no todos eran dirigidos a mi novio. Ella pedía esos trabajos para otros miembros de su familia y personas que consideraba sus enemigos.

Terminé de lavarle los pies y me fui de su cuarto con escalofríos. Era la primera vez que veía algo así. Yo sí sabía que a los brujos les pagan por hacer hechizos sobre otras personas, lo había vivido con mi antigua amiga Tati, sin embargo, no creo haber visto tantas peticiones de una sola persona.

Supongo que el poder del dinero te da esas oportunidades y crea en ti la ilusión de que puedes tenerlo todo.

El dinero, en efecto puede darte mucho y sí, puede comprar joyas, carros de lujo y las mejores escuelas para tus hijos, sin embargo, jamás tendrá el poder de comprar el amor; sólo tiene la capacidad de crear una ilusión, de tantas que existen en este mundo material, de que una pareja te ama.

Es cierto, con dinero podrás entrar a los lugares más lujosos, pagar los mejores licores, las mujeres estéticamente más atractivas y cenas gourmet, pero jamás tendrá el poder de abrirte las puertas al amor incondicional.

Y es que todo es efímero, excepto el amor incondicional. Así como llega, el dinero también se puede ir. Un día puedes tenerlo todo y al día siguiente, nada; especialmente si gastas tu dinero en hacer daño y en creer que puedes manipular el libre albedrío del otro.

La manipulación de los procesos del otro es un tipo de brujería y todos hemos caído en esto de una u otra forma, cegados por los apegos que vamos creando en el caminar de la vida.

Queremos que las personas no se vayan de nuestras vidas, así que utilizamos las lágrimas como un mecanismo de victimización o ciertas palabras para herir profundamente a alguien, sólo porque las conocemos y tenemos el poder de hacer daño. Todos tenemos ese poder. Nadie se escapa.

Siempre estás a una llamada telefónica de llevar a una persona a tu casa y hacerle un daño irreparable, la decisión de no hacerlo es tuya, porque la vida no se trata de lo que somos, sino de lo que escogemos hacer.

Todos tenemos el poder de vengarnos de alguien en todo momento, de hacer daño o de buscar sabotear los caminos del otro, la diferencia entre hacerlo y no, es tu accionar.

¿Qué estás escogiendo accionar? ¿Brujería o conciencia?

Existen palabras que han sido estigmatizadas a través de la historia y por mucho que las brujas fueran sabias o científicas en tiempos antiguos, siempre ha existido el uso de las herramientas para hacer daño.

Si tienes un machete en tu mano, tienes la capacidad de escoger abrirte camino en la montaña para llegar a tu destino o de matar a tu compañero en un descuido.

Por mucho que las redes sociales me quieran vender el concepto de la palabra bruja como algo únicamente cargado de conciencia, todavía dudo de la energía que trae esa palabra consigo, sabiendo que existen muchísimas personas que utilizan la magia para fines egoístas, apegados a manipular o destruir el proceso del otro.

Y es por esto, que pienso que todos hemos caído en brujerías de una u otra forma alguna vez en la vida, porque al apegarnos al otro, inevitablemente diremos palabras y ejecutaremos acciones que busquen que haga lo que nos conviene a nosotros, con fines que, por muy nobles que puedan sonar, son egoístas en escencia.

Cada uno tiene un camino que recorrer en esta vida y todos tenemos derecho a escoger por dónde queremos ir, así sea que al otro no le parezca, es irrelevante si es tu madre, tu padre, tus hijos o tu pareja.

Vinimos a este mundo a vivir libres y a usar nuestro derecho de nacimiento, llamado libre albedrío. No somos esclavos de nadie, sin embargo, nos volvemos esclavos de nosotros mismos una vez caemos en los apegos y dejamos de enfocarnos en nuestros procesos para estar más pendientes de lo que el otro hace.

Si sueltas todos tus apegos por los demás, tendrás ese espaciotiempo para ti, para enfocarte en lo que tú tienes que sanar, en el camino que tú debes tomar en la vida, en tu misión, en descubrir tu propósito si no, ¿para qué estás en este mundo?

¿Para caminar dormido dejándote llevar por la vida? O, ¿para vivir despierto y entender que la atención que le inviertes a cualquier cosa o persona tiene el precio de tu energía vital?

Cada minuto que pasas preocupándote por el otro, dejas de ocuparte en ti, y esto no quiere decir que no podamos cuidar y compartir con los demás, es simplemente un recordatorio de que no vivimos amarrados, por más que ciertos patrones y etiquetas sociales nos quieran hacer creer.

Tu hijo es libre.

Tu padre es libre.

Tu pareja es libre.

Y por mucho que trates de controlar lo que el otro haga, no podrás. ¿Qué harías tú si alguien intentara manipularte y controlarte? Lo más probable, es que al instante que lo sientas, te alejes.

Y no te juzgo, hoy, yo haría lo mismo.